Estos viejitos están en casa hace unos años ya. Pasan desapercibidos. Pocas veces alguien los mira. Un día estabamos con Ceci comiendo en una parrilla y vino un chico a vendernos saleros. Yo no los quería, no me parecían lindos. Pero igual los compramos. Y ahí están, mirando desde un estante, todo lo que hacemos en la cocina, esperando que algún día alguien les ponga sal y los sacuda un poco.
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